miércoles, 17 de marzo de 2010
Una o dos groserías podrían aliviar el dolor
¿Alguna vez ha soltado una palabrota después de machucarse un dedo o por cualquier otro incidente doloroso?
Una investigación reciente señala que su exabrupto en realidad podría ayudar a reducir el dolor.
En un estudio que sugiere que las malas palabras no son tan malas, los estudiantes que repitieron groserías mientras sumergían la mano en agua helada lograron soportar las temperaturas gélidas más que los que se mantuvieron callados.
Los investigadores de la Universidad de Keele, Inglaterra, preguntaron a 67 estudiantes universitarios sobre cinco palabras que podrían gritar luego de golpearse un dedo con un martillo. A los estudiantes se les pidió entonces que mantuvieran la mano en agua a una temperatura de 32 °F (0 °C) por el mayor tiempo posible.
Cuando repetían su grosería preferida, los estudiantes lograron mantener la mano en agua durante un promedio de 155 segundos, en comparación con 115 segundos cuando hicieron el mismo experimento pero no blasfemaron.
Según la investigación, los estudiantes también informaron haber sentido menos dolor en agua fría cuando decían malas palabras, sentir menos ansiedad y menos temor al dolor. Se informa sobre sus hallazgos en la edición del 5 de agosto de NeuroReport.
Los investigadores sospechan que el efecto no se debió únicamente a que repetir la mala palabra distrajo a los estudiantes del dolor. Los autores del estudio anotaron que los que blasfemaron tuvieron ritmos cardiacos acelerados, lo que indica que las blasfemias podrían activar la respuesta de combate o huída.
Además, los ritmos cardiacos de las mujeres aumentaron aún más que los de los hombres.
"Blasfemar podría incrementar los niveles de agresión, lo que le resta importancia a la debilidad en favor de un machismo que tolera más el dolor, muy probablemente mediado por mecanismos de lucha o huída clásicos", señaló Richard Stephens, autor líder del estudio, catedrático de psicología en la Universidad de Keele.
"Blasfemar ha existido durante siglos" y la literatura lo cita al menos desde el s. XVI, aseguró Stephens. La investigación ha mostrado que blasfemar puede ser catártico, es decir, proporciona alivio emocional. En otras situaciones, puede ser señal de agresión.
"Nuestro artículo sugiere que blasfemar podría tener otra función, que el aspecto emocional de las blasfemias podría ser útil para la gente para moderar la respuesta al dolor", aseguró Stephens.
Timothy Jay, profesor de psicología del Colegio de Humanidades de Massachusetts, aseguró que el estudio incrementa la comprensión de por qué blasfemar persiste a través de las culturas.
"He estado instando a los investigadores a contemplar las blasfemias como herramientas, a ir más allá del concepto de que blasfemar es un asunto moral y examinar las razones por las que lo hacemos y qué hace por nosotros", aseguró Jay, autor de "Why We Curse: A Neuro-Psycho-Social Theory of Speech" (Por qué blasfemamos: una teoría neuropsicosocial del lenguaje).
En general, las palabras que son tabú provienen del sexo, las excreciones, la religión, la muerte, las enfermedades y los grupos sociales, por ejemplo las minorías raciales o étnicas.
Aunque el sexo y la función excretora son lo más usado en EE. UU., aseguró Stephens, se ha informado que los holandeses usan palabras como tering (tuberculosis) y kanker (cáncer) como malas palabras, aseguró Stephens.
En otros contextos, blasfemar a veces se usa con fines humorísticos o autodesprecio.
"Blasfemar le permite expresar emociones, como ira, temor, sorpresa, alegría o frustración", aseguró Jay. "También permite sacar la rabia y expresarla sin ambigüedades".
El interés de Stephen en estudiar las blasfemias comenzó luego de golpearse el dedo con un martillo y lanzar una profanación. Durante un parto, su esposa también lanzó una o dos.
"Una de las parteras comentó que había oído lenguaje mucho peor en la sala de maternidad", dijo. "Eso me puso a pensar sobre la relación entre el dolor y las blasfemias".
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